Una familia y el campo

campesinos

Santos, un niño de ocho años de edad, flacucho y respingado con algunas pecas en el cachete más creo que era resultado de el sol ardiente que día a día le agobiaba con sus esplendorosos rayos en su jornada de trabajo, se despertó Santos como todos los días a las 4 AM, se enjugó la cara y las manos y con pasos arrastrados por la pereza se dirigió al cuarto, vio de soslayo la cama que aunque era dura y vieja resultaba más acogedora que meter sus pies en botas de cuero ya desgastadas por el uso constante de él y de tres niños anteriores que al estar aún en «buen estado» para usarse había tenido la suerte de heredarlas, miró a su hermanita de tres años que a pesar del ajetreo aún dormía plácidamente ¡Que poco le duraría!-Pensó. Había escuchado a su abuela decir que en un año ya se levantaría con las demás mujeres para ayudar con los deberes del hogar, era habitual que en medio de ese ritual de preparación se quedara parado ensimismado y absorto, una mano áspera y rígida lo sacó de sus pensamientos, sintió unas palmaditas en el hombro y reaccionando avanzó hacia afuera donde estaban las mujeres de su familia que  superaban en número a los hombres, ya habían sacado la primera tanda de tortillas, su abuela envolvió en unas mantas el almuerzo de los tres hombres de la casa; su padre, su abuelo y él. El desayuno transcurrió envuelto de palabras y risas, su abuela alegaba que en ningún un partido político  se podía confiar, que el pobre era arrastrado y engañado todo el tiempo, mientras que su abuelo junto con su padre imploraban que comenzara el tiempo de lluvia antes de lo previsto pues en unos días terminaban de arar la tierra y después de una humeante taza de café negro cada uno se levantó a coger sus respectivas herramientas, cogió un machete y un bulto de la mesa que era su comida, su madre gritó que no se les olvidara el agua para beber y así pronto caminaban los tres por las calle polvorosas, Santos detrás de su padre y abuelo, después de una caminata de cuarenta minutos llegaron al terreno que sembraban dos veces cada año. Cada uno se dispuso a trabajar, al cabo de una hora de trabajo vio como todos los días, niños cogidos de la mano de sus madres, limpios y uniformados caminar hacia la escuela, suspiro y continuó con su trabajo.

 

 

Elia Santos

Diciembre 2019