Obsesión

Laura era maestra de ciencias naturales de primaria; le gustaba compartir con los niños más pequeños de su salón de clases. Cada mañana seguía la misma rutina: bañarse, cambiarse y beber su taza de café; así pasaban los días.

Hasta que, cierto día, se despertó apenas cinco minutos antes. No había agua para bañarse y empezó a ponerse ansiosa. Se dijo a sí misma que el día continuaría como siempre, que nada malo sucedía; así que se cambió y se preparó su taza de café. Al primer sorbo se le derramó en su camisa blanca, que tan pulcramente llevaba. Ahí fue cuando comprendió que el día iba a ser malo y que no saldría de su casa hasta que todo fuera según sus planes diarios.

¿Cuántos días pasaron para que esto sucediera? Nadie lo sabe, ni ella misma. Cuando por fin se despertó a la hora prevista, se duchó, se cambió y el café no se derramó; entonces salió : ¡los niños eran adolescentes!

Elia Santos

Abril 2020

El visitante que no volvió

Llegaba dos veces cada año, recuerdo que siempre lo esperaba ansiosa, incluso algunas veces con curiosidad, y,  no es que deseara verlo,  la verdad era que no entendía mis sentimientos hacia él, algunas veces y más al principio sentía dudas, luego lo sustituí por miedo y al final, en su última visita, solo sentía indiferencia.

        Y así fue, como aquel visitante se quedó en el olvido, se volvió tierra seca, y , cuando hizo un viento muy fuerte, se disolvió en el aire.

 

 

Elia Santos

abril 2020

Tardes de lluvia

Cada tarde de lluvia nos veo a traves del tiempo, como si las gotas copiosas me transportaran a aquella tarde de lectura; libros van, libros vienen, nuestras mentes no se entorpecen a pesar del encierro, se vuelven ágiles, vuelan con ahinco, no se detienen, de vez en cuando, cruzamos unas palabras, comentamos lo leido, pero sin perder más tiempo nos perdemos cada una en su propia historia.

Y es lo que hacemos ahora, estamos inmersas en mundos diferentes, pero en esa misma tarde.

Elia Santos

Abril 2020

Una familia y el campo

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Santos, un niño de ocho años de edad, flacucho y respingado con algunas pecas en el cachete más creo que era resultado de el sol ardiente que día a día le agobiaba con sus esplendorosos rayos en su jornada de trabajo, se despertó Santos como todos los días a las 4 AM, se enjugó la cara y las manos y con pasos arrastrados por la pereza se dirigió al cuarto, vio de soslayo la cama que aunque era dura y vieja resultaba más acogedora que meter sus pies en botas de cuero ya desgastadas por el uso constante de él y de tres niños anteriores que al estar aún en «buen estado» para usarse había tenido la suerte de heredarlas, miró a su hermanita de tres años que a pesar del ajetreo aún dormía plácidamente ¡Que poco le duraría!-Pensó. Había escuchado a su abuela decir que en un año ya se levantaría con las demás mujeres para ayudar con los deberes del hogar, era habitual que en medio de ese ritual de preparación se quedara parado ensimismado y absorto, una mano áspera y rígida lo sacó de sus pensamientos, sintió unas palmaditas en el hombro y reaccionando avanzó hacia afuera donde estaban las mujeres de su familia que  superaban en número a los hombres, ya habían sacado la primera tanda de tortillas, su abuela envolvió en unas mantas el almuerzo de los tres hombres de la casa; su padre, su abuelo y él. El desayuno transcurrió envuelto de palabras y risas, su abuela alegaba que en ningún un partido político  se podía confiar, que el pobre era arrastrado y engañado todo el tiempo, mientras que su abuelo junto con su padre imploraban que comenzara el tiempo de lluvia antes de lo previsto pues en unos días terminaban de arar la tierra y después de una humeante taza de café negro cada uno se levantó a coger sus respectivas herramientas, cogió un machete y un bulto de la mesa que era su comida, su madre gritó que no se les olvidara el agua para beber y así pronto caminaban los tres por las calle polvorosas, Santos detrás de su padre y abuelo, después de una caminata de cuarenta minutos llegaron al terreno que sembraban dos veces cada año. Cada uno se dispuso a trabajar, al cabo de una hora de trabajo vio como todos los días, niños cogidos de la mano de sus madres, limpios y uniformados caminar hacia la escuela, suspiro y continuó con su trabajo.

 

 

Elia Santos

Diciembre 2019

Lóbrego

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Al atardecer, como era costumbre, parada frente al fogón cruzó sus brazos hacia atrás, mientras esperaba el silbido del agua hirviendo, callada, en el silencio del viento escuchaba sus pensamientos, tan ácidos, agridulces, sombríos, era ella el alma más marchita que había presenciado y al mismo tiempo el alma que más ansiaba absorber, tenía un tinte negruzco que olía a nostalgia, toda su vida había olido a muerte, más ese día olía a vida, mi forma pútrida exhaló ese aroma tan suave, mientras le desprendía el alma sin culpas, la besé en los labios y alcé vuelo con ella.

Cambio de Luces

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Conducía lentamente, pues las gotas gruesas de la lluvia y el andar cansado de mi auto impedían una mayor velocidad, no me disgustaba para nada tal situación, pues me permitía entrar en contacto con los más íntimo de mis pensamientos, llenaba mi espíritu de paz y gozo, me escondía en lo bello de los recuerdos, un cambio de luces me hizo desconectarme, frené lo más pronto que pude y me detuve a observar a través de la ventana y en verdad la lluvia azotaba fuertemente, mis ojos se detuvieron en la mediana, una niña parada como si estuviese en un parque de diversiones, sonreía felizmente, mis ojos volaron para identificar la causa de su risa, otro niño bailaba y saltaba bajo la lluvia, podía ver como sus pelos empapados chorreaban y sus trajes se adherían a sus cuerpecitos desnutridos, eran niños de la calle, de esos que no tienen dueño, los que no tienen guía, de esos que bailan y cantan, de los que duermen en los puentes, de esos niños que son el futuro de mi País, «Los futuros delincuentes», el cambio de luces me hizo dejar atrás esta historia.

       Ojala que todos tuviéramos un cambio de luces para desconectarnos de nuestra comodidad y observar más allá de nuestra realidad, lo difícil es no permitir que otro cambio de luces nos haga olvidar la verdadera realidad, no vendemos nuestros ojos ante una situación que necesita un cambio verdadero.

 

Elia Santos

2017

 

Amar en silencio

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Me paré al otro lado de la calle, solo para verte, esperando con ansias que tu presencia iluminara mi día, ni la lluvia me impidió salir a verte, sabia exactamente tus movimientos al caminar, tus gestos al hablar, tus ademanes caprichosos y delicados, me paré como de costumbre al otro lado de la calle, esperando algún día tener el valor de hablarte y de repente apareciste, con un paraguas rosa, con el pelo alborotado por el viento y como si sintieras mi presencia me miraste del otro lado de la calle, yo sentí el mundo a mis pies que se desvaneció por completo, cuando desapareciste entre la multitud.