Un pequeño fragmento de mi vida que tuvo como escenario el hospital «Mario Catarino Rivas» en el año 2012.

Era un día como cualquier otro, al menos así comenzó cuando me desperté aquel día, me encontraba en el hospital, estaba en sexto año de medicina (en Honduras son 8 años de formación), y hacía las tareas habituales que le corresponden a un estudiante; subir y bajar gradas, caminar de un lado a otro: entre el laboratorio, banco de sangre y tu sala asignada, y, como no había un lugar seguro donde dejar tus pertenencias, pues las andaba conmigo siempre, recuerdo que las metía en bolsos de tela que mi tía y mi madre elaboraban para mí, para que el peso no fuera tanto (La fibromialgia ya era mi fie amiga en ese tiempo y alguna otra patología…) en ese bolso cargaba de todo; libros, exámenes, instrumentos Médicos, jeringas, tubos de análisis…, y alguna mudada de ropa por si me tocaba algún turno (es lo que me encanta de la medicina, ni un día es igual a otro y nunca sabes cómo terminará.)
Y fue así, subiendo las gradas del primer piso cuando me vibró el celular, era una llamada del coordinador de la carrera, era extraño que me llamara, así que contesté.
—Elia, ¿estás en la pasantía de pediatría verdad?
—Si doctor—contesté.
—Un nuevo alumno se trasladó de Tegucigalpa, y se va a integrar a la pasantía, se llama Ronaldo Aguilar, espero que lo introduzcas, le ayudes en que sea posible, le he dado tu número para que te hable y lo pongas al tanto.
¡Ya se imaginan la emoción! La carrera de medicina en San Pedro Sula para ese año no era numerosa, en mi promoción no superábamos los 35 alumnos y en la pasantía de pediatría solo éramos 7, 6 mujeres y 1 hombre, así que lo primero que hice fue contarles las nuevas noticias a mis compañeros, todas estábamos ansiosas de conocer al nuevo compañero, y el único varón estaba más que aliviado de ya no tener que estar solo con mujeres, ese día hablamos solo de eso e incluso al llegar a nuestras casas los chats fueron gran parte en imaginarnos como era, había hablado por celular con él para darle horarios y todo lo que se necesitaba.
Al día siguiente al entrar al aula de clase mis ojos buscaron al «nuevo» y ahí estaba (debo confesar que hasta me arregle un poco más que de costumbre para la ocasión) ¡lastima que no era lo que esperaba! Intentamos hablarle, le hicimos muchas preguntas, pero él era hermético, de pocas palabras y se notaba que estaba muy incomoda con nosotras «nos miraba como a niñas» y es que todas teníamos alrededor de 23 años y él, ¿quién sabe?, parecía un poco mayor, de entrada, me había caído mal, muy mal y al pasar lo días ese sentimiento creció.
Pero con el tiempo, tuvimos la oportunidad de conocernos más y nos convertimos en buenos amigos, la química entre nosotros fue creciendo, nos gustábamos era un hecho, pero éramos tan diferente, incluso él me había dicho que yo representaba todo lo que no le gustaba en una mujer «infantil, caprichosa y orgullosa» y él era «callado, poco divertido y no me daba la razón» así que ser amigos fue la mejor opción.
Pasaron años y ya para mediados del 2016 después de varias relaciones fallidas de ambos, decidimos intentarlo y el intento nos llevo al altar un 13 de abril del 2019.
Actualmente construimos un mundo juntos, y sobra decir que consiente mis caprichos, me abraza fuerte cuando me pongo infantil y lo que es esencial; siempre me da la razón y yo he descubierto que es muy divertido, me hace reír todo el tiempo y lo callado no se le quita, pero soy buena haciéndole hablar y cuando no lo logro, he aprendido a darme por vencida, aunque lo intento luego.
Elia Santos
13 abril 2020